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Alumnos desafiantes, maestros asustados

Profesores con más de 35 años de experiencia comentan que antes los alumnos indisciplinados escasamente llegaban a ser el 10% de un salón y actualmente pueden llegar a ser hasta el 50%

Por Juan Francisco Vélez y María Luisa Estrada de V.
Fundadores de Protege tu corazón

Mayra es una maestra muy entusiasta, estará hoy con alumnos de 5º de primaria y ha preparado la clase con mucha dedicación pero encuentra una fuerte resistencia. No haya la manera de despertar su interés para desarrollar el tema y aplicar las dinámicas que trae preparadas.  Los alumnos no ponen atención, hablan entre sí, se levantan de su banco, hacen comentarios desconectados del tema.

Ella se acerca a uno de los alumnos  y le dice cortesmente: “me incomoda tu comportamiento”. Piensa que corrigiéndolo de forma individual se pondrá en sus zapatos y se comportará adecuadamente. Sin embargo, termina desafiándola.

Acaba haciendo muy poco de lo planeado y comenta decepcionada que la clase ha sido un caos. “Sentía como si me hubieran encargado llenar unos vasos que se movían justo en el momento de verter en ellos el líquido o que este se me derramaba inutilmente… Traté de lograr empatía con ellos y no fue posible”.

Esta experiencia de Mayra no es un hecho aíslado. Cada día más maestros se quejan o comentan que a los niños de ahora les cuesta mucho el autocontrol. Es un fenómeno creciente que ha dado lugar a problemas disciplinarios.

Profesores con más de 35 años de experiencia comentan que antes los alumnos indisciplinados escasamente llegaban a ser el 10% de un salón y actualmente pueden llegar a ser hasta el 50%. Algunos de primaria y secundaria entrevistados a propósito de este comportamiento, hacen los siguientes comentarios:

  • Casi no te hacen caso
  • Hay más niños que no entienden de límites
  • Les llamas la atención y no les importa
  • Nos dicen que sus papás no los castigan
  • Nos desafían si les llamamos la atención
  • Se quejan con grosería cuando tienen que trabajar en algo que no les gusta

Cuando los directores o maestros dan a conocer estos comportamientos a los padres, su reacción es deconcertante: culpan al colegio. Entonces surgen estas preguntas: ¿Qué es lo que quieren los padres de la escuela?¿Qué impide en ellos reconocer la mala conducta de sus hijos? ¿Qué es lo que falla, la disciplina escolar o la disciplina familiar?¿Será posible un cambio?

Complacer en vez de educar

Según los investigadores Amaya y Prada[1], una posible respuesta a estas preguntas se encuentra en el estilo educativo de las generaciones anteriores. Los papás nacidos entre 1951 y 1984 no quieren ser vistos como autoridad sino como amigos de los hijos, no se complican poniendo normas y límites, piensan que privar a los hijos puede causarles baja autoestima, y que hacerlos esperar por algo puede llevarlos a la frustración. La generación siguiente, o sea los nacidos después de 1985 son niños que buscan la comodidad a toda costa y por eso ponen el mínimo esfuerzo en lo que hacen; les cuesta ponerse en los zapatos de los demás y piensan que la vida es solo para disfrutar.

Complacer es dar gusto. Educar es sacar lo mejor de una persona.  Y sacar lo mejor es una ardua conquista representada en el buen carácter, sinónimo de buenos hábitos o virtudes que se desarrollan paulatinamente. Este desarrollo requiere un esfuerzo individual, alentado y guiado por el educador en dos direcciones simultáneas.

  • En relación con otras personas debe desarrollar la sociabilidad, la sinceridad, la amistad, la justicia, el respeto.
  • En relación consigo mismo debe desarrollar la reciedumbre, la constancia, y la fortaleza.

Inculcar estos hábitos en un hijo supone otros buenos hábitos de parte de sus padres: optimismo, paciencia, cordialidad y perseverancia para exigir. Los hábitos no se consiguen de la noche a la mañana.

El Dr. Benjamín Spock[2], autor de “Tu hijo”, libro traducido a 38 idiomas influyó mucho en la educación de los años sesenta con un enfoque permisivo. Luego él mismo insistió en la necesidad de inculcar criterios y normas de conducta en los hijos. En otro libro publicado en 1996, “Un mundo mejor para nuestros hijos”, se refería a las patologías sociales que le preocupaban: la inestabilidad matrimonial, el aumento de las familias de un solo padre, de niños abandonados, el materialismo, el incremento de la violencia. E insistía en la necesidad de que los padres transmitieran a sus hijos firmes valores éticos. “He llegado a la conclusión de que muchos de nuestros problemas son debidos a la carencia de valores espirituales” dijo en 1992. En una conferencia pronunciada en la Universidad de Toronto, aclaró: “Podéis ser a la vez muy firmes como padres y muy agradables como personas. No hay que echar broncas a los hijos: hay que mostrarles soluciones”.

Y en eso consiste educar. No se trata de gritos y golpes, sino de poner unas reglas y unos límites claros, con firmeza y a la vez con cariño. Aplicando una autoridad equilibrada.

La tarea del mesero en un restaurante es la de complacer al cliente. La de un padre de familia o un maestro es exigir con cariño y al mismo tiempo con firmeza. Si los papás se dedican a complacer en vez de educar, el resultado será hijos que desafían en vez de respetar.

Los límites dan seguridad

Un papá sobreprotector quiere solucionar todos los problemas del hijo, se hace cargo de sus responsabilidades, le da todo lo que pide, no pone límites ni reglas de conducta, tiene miedo de imponer y perder su cariño.

Hay una correlación entre la sobreprotección y algunos comportamientos que se ven en las aulas…

Actitud del padre sobreprotector Comportamiento en el hijo
Soluciona todos los problemas del hijo No sabe tomar decisiones por sí mismo
Da todo lo que le piden y lo llena de cosas materiales Poco autocontrol, incapacidad para aplazar las gratificaciones.Poca empatía con los demás
Se hace cargo de las responsabilidades del hijo Huye del esfuerzo.Desarrolla poca capacidad de compromiso.
No pone límites Se muestra inseguro y violento

Lo contrario a la sobreprotección y a la complacencia es educar con límites y estos proporcionan grandes ventajas a los hijos y por consiguiente a sus padres y maestros. Algunos efectos son:

  • Facilitan la convivencia. Tanto en la familia como en la escuela será agradable y tranquila.
  • Propician buenos hábitos. Hay más opción de volverse ordenado, limpio, puntual, estudioso, cortés, respetuoso.
  • Ayudan a adaptarse a la vida social. Generan respeto hacia las personas e invitan a hacer la vida agradable a los demás.
  • Brindan seguridad física. Contribuyen a preservar la integridad física de posibles riesgos y peligros.
  • Incrementan la confianza en sí mismos y en las relaciones sociales. Un hijo sometido a normas y reglas claras se sentirá seguro, percibirá el respaldo de sus padres y por tanto su amor y su cuidado. Aprenderá a conducirse de manera aceptable, sin hacerse daño a sí mismo y a los demás.

En cambio, sin reglas los hijos están abrumados y atemorizados y  tratarán de compensarlo con aires de superioridad y actitudes dominantes.

  • Enseñan a poner limitantes. El hijo aprende a darse cuenta cuándo está siendo maltratado física o emocionalmente y a exigir buen trato.
  • Ayudan a ponerse limites. Los que están acostumbrados a respetar los limites puestos por sus padres, aprenden a ponerse límites por sí mismos. (autocontrol).

La educación en el siglo XXI presenta nuevos retos

Si queremos lograr jóvenes talentosos y aportantes a la sociedad tenemos que poner el remedio ahora mismo.

1. Diseñar reglas: Establecer normas que permitan vivir a gusto en familia, estimulando la mutua colaboración y el desarrollo de hábitos.

2. Establecer consecuencias: Si las reglas o normas no se cumplen o los limites se sobrepasan, establecer una sanción en caso de incumplimiento. Al sobrepasar los limites, si se establece una sanción,  generará una reacción desagradable que el hijo tratará de evitar en el futuro. Un premio, en caso de cumplirse, generará una respuesta agradable que se querrá repetir en el futuro. Si las reglas se conocen bien, se facilita su cumplimiento y si además se conoce el por qué de la regla, el hijo le encontrará sentido, lo cual será una motivación para cumplirla más allá de la sanción o del premio. El mejor premio será la satisfacción de hacer el bien por el bien mismo.

3. Reforzar consecuencias: Los límites sin consecuencia,  o las consecuencias sin que se sostengan, resultarán más difíciles de hacer cumplir por parte de los padres y de cumplir por parte de los hijos que si no se establece ningún límite. Patricia Juarez Badillo, “Padres malos, Padres buenos”, 2007, pag 87 y sigs.

brazo a torcer, lo más probable es que la regla se entienda como abolida…

Si planteamos amenazas sin fundamento o no cumplimos con las consecuencias cuando se rompen las reglas familiares, los hijos dejarán de tomarnos en serio. Captaran que cuando los padres  dicen no, lo que realmente están diciendo es: tal vez.

Si los padres no se sienten seguros de imponer una consecuencia van a tener dificultades en aplicarla. Pare y piense: esta amenaza la pondré en práctica realmente. Para ser consistente hay que sentirse suficientemente fuerte en el rol de ejercer la autoridad. Los hijos no respetarán la palabra de unos padres que un día dicen si y luego dicen no ante el mismo comportamiento. Muchos niños y adolescentes admiten que se sienten más seguros y amados cuando sus padres se toman el tiempo y asumen el problema de insistir en las consecuencias ante un mal comportamiento. Nancy Samalin, “Loving without spoiling”, pag 62.

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[1] Evelyn Prada, Jesús Amaya, “Padres obedientes, hijos tiranos

[2] Adaptado del artículo de Aceprensa, “Fallece el pediatra norteamericano Dr. Spock”, publicado el 25 de marzo de 1998.

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