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¿Cómo manejar las rabietas de mi hijo?

niño llorando caprichoso

Por María Grazia Gualandi

Al cumplir los dos años, los aliens vienen por la noche y se llevan nuestro niño bueno, comilón y dormilón (a veces) y nos devuelven un niño caprichoso, piqui y que lloriquea o grita por cualquier cosa. ¿Les suena? Solo basta echar un vistazo a una famosa pagina web (Reasons my son is crying) para reírnos un poco y entender que ¡no estamos solos!

 

Aunque esa fase es un reto para nuestra salud mental y física, tenemos que entender que el querer satisfacer cualquier demanda en cada momento es una necesidad para el niño. Él quiere que los demás se enteren de que ya tiene un propio “yo”, una propia individualidad. Nuestro niño está pasando desde la fase de la identificación total con los padres a la construcción de su propia personalidad. Las rabietas aparecen porque él necesita nuestra total atención y quiere asegurarse de que le tenemos presente todo el tiempo. Otra conducta muy común es hacer cosas que no puede para ver hasta que punto llegar y retarnos. Los berrinches aparecen también cuando un niño está frustrado: él cree que sabe hacer algo pero no lo logra.

 

Un niño de dos años tiene una modalidad de comunicación aún muy primitiva. Está aprendiendo las normas sociales y los principios básicos de la relación. Hasta este momento de hecho sus necesidad venían satisfechas casi momentáneamente, y la mejor manera para pedir ha sido gritar o llorar al no tener otras herramientas. Por ello es importante que, a la vez que entendemos sus necesidades, les enseñamos otras formas de comunicar empezando poco a poco, a partir de cuando el niño cumpla un año.

 

LOS LÍMITES

Está claro que no es posible satisfacer todas las peticiones de un niño y tampoco es sano para él. Un niño que es esclavo de sus deseos y de sus rabietas no es un niño feliz y tranquilo y tampoco lo son los padres. En cambio un niño que sabe reconocer, comunicar y manejar sus propias emociones, es un niño más libre. Con él se pueden hacer muchos planes ya que los adultos no tienen miedo a las reacciones desproporcionadas que pueda haber.

 

Los limites son indispensables no solamente para tener orden y disciplina -lo que permite vivir en un clima más sereno- sino también porque los niños necesitan ser contenidos y nuestra tarea es ser capaces de contenerlos. La reacción que van a tener cuando les demos unos limites es el enojo primero. Pero después se tranquilizan. Eso pasa porque con sus conducta quieren poner a prueba hasta que punto somos capaces de contenerlos. En realidad, lo que puede parecer una derrota para ellos (no obtener algo que piden), es una victoria. Han podido testificar que tú eres más fuerte que las emociones que ellos no pueden contener.

 

Un niño que tiene rabietas no es un niño caprichoso, sino un niño que manifiesta sus necesidades y emociones con una conducta típica de la edad. Esa manifestación se puede convertir en una conducta constante si el adulto no sabe come manejar la situación. En eso los niños son como los perros. Husmean tu miedo, tu incapacidad delante de una situación incomoda para ti y también saben cuando en realidad sus conductas negativas te parecen graciosas. Convierten entonces la conducta que te hace sentir incomodo o que te hace reír en un esquema de comportamiento constante. Sin quererlo, estás reforzando una conducta negativa. En cambio, si el niño experimenta que sus rabietas no modifican tus decisiones, él descartará ese método porque no le resulta útil. Eso significa que el hecho de que un niño sea o no caprichoso depende de cómo los padres reaccionan y manejan las primeras rabietas.

 

Muchas veces los padres no tienen un plan sobre como manejar las rabietas. A veces quieren alejarse del estilo autoritario que han experimentado con sus propios padres, mientras que a veces simplemente se dejan llevar por el momento e improvisan por falta de tiempo, ideas o energías, cayendo de esa manera en el permisivismo.

 

TENER BAJO CONTROL LAS EMOCIONES

Las rabietas provocan una explosión de emociones que brota desde las dos partes: los padres y los niños. El control de las emociones es algo fundamental.

Aquí van algunos consejos.

  1. Haz afuera lo mismo que harías en la casa. Es normal que tengamos miedo a la reacción desproporcionada que puedan tener nuestros niños. Eso nos afecta especialmente cuando estamos en publico y sentimos las miradas de todos sobre nosotros. Los niños captan la inseguridad que tenemos e intentan desafiarnos para obtener lo que quieren cuando estamos en medio de otras personas. Tienes que pensar que las rabietas de tus hijos no te hacen un mal padre. Las personas alrededor comprenden más de lo que piensas. En esos casos lo mejor que puedes hacer es apartarte un momento con tu hijo y hacer lo mismo que haces en tu casa. En ningún caso tienes que ceder o “premiar” al niño solo para que se calme. De esta manera le das un claro mensaje de que la misma actitud recibe el mismo trato en cualquiera ocasión.
  2. No dejes que el niño sea el dueño de tus emociones. (o por lo menos no dejes que se entere que es él quien manda tu estado emocional). Cuando un niño monta una escena, quiere público. Él necesita saber que su conducta llama tu atención, aunque sea con una reacción de enfado. Por ello a veces perder los estribos no funciona, porque en realidad lo que quiere el niño ya lo ha obtenido: llamar tu atención y ser el dueño de tus emociones. Después de haber dado las explicaciones sobre la situación y haber actuado en consecuencia, hay que volver a lo que se estaba haciendo antes, como si nada hubiese pasado. No hay que mirarle. Es más, hay que ignorarle. Incluso hay que esforzarse para tener buen humor. Es difícil pero…¡sí que funciona!
  3. Ten bajo control tus emociones negativas. A veces los niños son maestros para sacar lo peor de nosotros. Consiguen ser los dueños de nuestras emociones y sentimos que lo único que podemos hacer es gritarles la rabia y la frustración que tenemos adentro. En ese caso hay que ser conscientes del propio estado emocional y escoger la retirada. Encerrarse un momento en una habitación e intentar calmarse. Son nuestras emociones las que dan un sentido educativo o no a un límite. Descargar las propias emociones negativas sobre un niño es tan malo –a veces peor- que regañarles en voz alta o abofetearlos.
  4. Aprovecha un tiempo después de la rabieta para tener una pequeña conversación. Cuando el niño ya se ha tranquilizado (no lloriquea, no se queja, no te está desafiando) es el momento adecuado para tener una charla muy breve y hablar de sus emociones y de cómo puede manejarlas en las próximas ocasiones. Después de eso puedes seguir disfrutando juntos como si nada hubiese pasado.
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