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¿Abortar? Decisión que parte la vida en dos

Por Ana Margarita Moreno, Directora Académica de Protege tu corazón en Colombia.

Cada día miles de mujeres se enfrentan a este resultado de laboratorio: “positivo”. A muchas de ellas por diferentes razones, se les viene el mundo abajo y cada una, en la intimidad de su corazón, toma una decisión que le partirá la vida en dos.

“Estaba sentada en mi cama, con el papel en la mano, leyendo una y otra vez esa palabra, solo una palabra: positivo. No alcanzaba a entender todo el impacto que tendrían en mi vida esas ocho letras. Esto es una inundación y no sé si voy a ahogarme en ella, pensé. Traté de dormir para no pensar más y a las cuatro de la madrugada otra palabra me sentó en la cama de un solo golpe: abortar… ¡Es una opción! me dije. Puedo evitarme la enorme avalancha que se me viene encima. Puedo escapar a lo que se me espera, que no sé muy bien qué es, pero lo presiento demasiado duro para mí. Será como si no hubiera pasado nada, volver a empezar, sin líos, sin dañarme la vida, volviendo a ser la que era…

”Así me escribió Laura hace un tiempo. Ella me escucha ahora que le recuerdo su historia, mientras acaricia la cabeza de Paula que nos mira sonriendo sin entender nada y sin saber aun hablar. Laura lo pensó mucho esa noche, seguramente llegaron a su memoria experiencias vividas, imágenes, anécdotas ajenas. Sopesó las consecuencias de cada decisión y me contó que al final, sin saber muy bien por qué y a pesar de lo que le esperaba, no fue capaz de deshacerse de “su problema”.

Cada día miles de mujeres se enfrentan a este resultado de laboratorio: “positivo”. A muchas de ellas por diferentes razones, se les viene el mundo abajo y cada una, en la intimidad de su corazón, toma una decisión que le partirá la vida en dos. ¿Cómo saber lo que vendrá? ¿Cómo no equivocarse?

Luisa, a sus quince años, analizando la situación hipotética de un embarazo no deseado, me decía: “ ¡Es que es demasiado terrible! ¿Qué perdería? ¿Qué me pasaría? ¡De solo pensarlo me estremezco! Lo que dirían mis papás, a él le daría un infarto, ella no me hablaría en el resto de su vida. Sería un parche en el colegio – ¿te imaginas yo así, de uniforme?- mis amigos hasta se reirían; te imaginas los viernes por la noche, mientras todas piensan qué ponerse para ir a rumbiar, yo cambio pañales… y eso sin pensar a largo plazo: mi carrera, el viaje que me sueño para perfeccionar el inglés, encontrar al hombre que querré para toda la vida… sé que el tener un hijo reduciría las posibilidades de escoger. ¡No! Pensar en esto me parece aterrador. Creo que la única solución para mí, y para la mayoría, sería abortar y listo. Borrón y cuenta nueva.

¿Borrón y cuenta nueva? ¿Estás segura? le dije. Mira: sé que el ignorar lo que realmente uno está haciendo e imaginar las consecuencias que le tocará vivir el resto de la vida, facilitan el tomar esta opción, pero te puedo asegurar que el asunto no es tan sencillo como lo pintan, ni tan inocuo como lo hacen ver muchos.

Si no veo, no está sucediendo. ¿Es esto cierto? El invento de la ecografía ofreció la posibilidad de poder mirar lo que pasa dentro de uno; es algo increíble. En un embarazo podemos ver ahora un corazón latiendo furiosamente y sin descanso desde la tercera semana de gestación. Su lucha por vivir es incesante, no para de crecer, es tan, tan fuerte y a la vez tan vulnerable… seguramente vivirá y se desarrollará, llegará a ser un bebé que sonría, un niño que juegue, un adolescente que piense y sienta alegría y tristeza, un adulto que trabaje… si se lo permitimos. No podemos ignorar esas imágenes del feto perfectamente formado a los tres meses, chupando dedo, nadando en su medio cálido y feliz, ¡tan perfecto! Y también retorciéndose de dolor por las quemaduras de una inyección salina o tratando de huir a ninguna parte, tapándose la cara cuando lo busca una sonda o una pinza para destrozarlo. El hecho de poder ver esto o no verlo, no cambia esa realidad.

Bueno, ¿pero la píldora del día siguiente? Si me apuro, no habrá bebé que sufra, ni siquiera un corazón que deje de latir, podríamos pensar. Pero esto sería negarnos una realidad para estar tranquilos. Leí en estos días: “tú, antes de ser un adulto eras un adolescente, antes un niño, antes un bebé, antes un feto, antes un embrión, antes una mórula, antes un óvulo fecundado por un espermatozoide; nunca fuiste un óvulo o un espermatozoide”. Comienzo a ser YO desde el instante de la fecundación, no antes ni después. Un hijo existe desde ese momento.

Recibí una carta de una niña de 17 años, contándome su historia. A los 16 abortó cuando supo que estaba embarazada de su novio. Sus padres la apoyaron en esta decisión. Nadie más lo supo. Ahora, me escribe: “Quisiera que fuese esto una simple historia pero es mi realidad y quisiera que fuese escrita por ti para evitar los sufrimientos que he podido vivir. Me podría catalogar como una persona aparentemente fuerte y madura, por las actitudes que demuestro hacia los demás, para todos ellos soy feliz, pues yo me caracterizo por tener una sonrisa en mi cara cada día que pasa, pero ellos nunca imaginarán lo que he pagado en mi vida y los traumas sicológicos que esto produjo en mí…. He sufrido demasiado y aunque no lo demuestre, lloro en silencio… Me gustaría que mi historia, aunque para mí sea irremediable, para otras personas pueda ser útil y constructiva. Por ahora solo intento, como siempre, sobrevivir con una sonrisa cada mañana…

”He escuchado muchas historias de mujeres que han abortado, conozco también a muchas –de todas las edades- que deciden no abortar, unas se quedan con el bebé, otras lo dan en adopción, pero ni una sola se ha arrepentido de dejarlo vivir. Hay estudios serios que lo confirman. También hay estudios que muestran las secuelas físicas y sicológicas de un aborto provocado. He aquí algunas:

Efectos físicos: infección, hemorragias, daño cervical, perforación del útero, esterilidad, irregularidad menstrual, coágulos; a veces, la muerte.

Efectos sicológicos y emocionales –conocidos como “Síndrome Post-Aborto” o SPA-: En Isabel, vi claramente este síndrome, cuando me contó: “Tú no te imaginas lo que es eso. Uno llega a hacerse el aborto sin tener la plena conciencia de lo que está decidiendo, además, ¡le lavan el cerebro! Y después la depresión te invade, la obsesión es insoportable, sueñas con ese bebé cada rato. Te digo que la culpa me estaba matando, -y no soy una persona religiosa-me provocaba acabar con el que se atravesara, hasta pensé en el suicidio. La tristeza me ahogaba; cada mes calculaba la edad que tendría mi bebé; cuando veía un niño en la calle, me preguntaba: ¿sería como éste? ¿Sería un niño o una niña? ¿Se parecería a mí? Por más que intentaba simplificar el asunto, no podía lograrlo. Un error de estos no lo repito…”

Algunas mujeres comienzan a sufrir estos síntomas inmediatamente después del aborto y otras los presentan después de meses o años. Los efectos negativos pueden extenderse al padre, a los abuelos y hermanos de un niño abortado.

Sé que la decisión no es fácil. Se requiere mucha valentía. Pero el precio que se pagará al decidir abortar es demasiado alto; la vida se partirá en dos y la segunda parte será muy dolorosa. La alternativa de dar el bebé en adopción y evitarse la marca indeleble de un aborto provocado es una excelente opción.

Millones de mujeres se arrepienten de haber abortado. De permitirle vivir al bebé, no. Paula, la pequeña hija de Laura, le agradecerá a su madre la decisión tomada un día cualquiera, a las cuatro de la madrugada, a pesar de la desesperación.

Artículo publicado en dos entregas en el periódico EL COLOMBIANO de Medellín el 30 de septiembre y el 1 de octubre de 2009.

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