Arriesgamos la felicidad cuando cambiamos lo que más queremos en la vida por lo que deseamos en un momento. (Anónimo) |
Por Juan Francisco Vélez y María Luisa Estrada de V.
Fundadores de Protege tu corazón.
Ricardo y sus amigos tienen 15 años. Lo han invitado a una reunión con la advertencia de que no estará presente ningún adulto. El ha respondido que sí. (primera decisión). Le piden una cuota y la entrega al día siguiente (segunda decisión). Como a su edad no les venden alcohol, buscan cómo conseguir bebida suficiente para 7 invitados y han logrado que un vecino mayor compre cervezas y tequila suficiente (tercera decisión). Toman hasta emborracharse (cuarta decisión). Uno de ellos se pone muy mal y tienen que llamar a sus papás para que lo recojan (quinta decisión). Al vecino que obtuvo el licor, le pidieron que llevara a Ricardo a su casa y él aceptó (sexta decisión). Ricardo no llega a su casa. En el camino choca el carro en el que iban y lo detienen hasta el día siguiente junto con el conductor.
¿Ricardo actuó impulsivamente?
¿Se dejó llevar por sus emociones?
¿Le atraían el peligro y el riesgo?
¿No buscó consejo o pasó por alto los que se le dieron?
¿Comentó que nada iba a pasar?
¿No le importaban las consecuencias?
¿No pensó en el futuro?
Después de leer esta historia de la vida real, encontramos que la respuesta es afirmativa para todas. No es extraño. Ricardo es un adolescente y tiene las carencias típicas de su edad que influyen en el momento de decidirse. Esto es algo que muchos padres y maestros no logran entender.
¿Por qué se comportan de manera irracional e incluso peligrosa?.
¿Por qué deciden a la ligera, sin pensar a fondo las cosas, ni considerar las posibles consecuencias?. ¿ El comportamiento de Ricardo les resulta familiar o le recuerda a alguien? ¿Tal vez a un adolescente cercano, un alumno o la mayoría de ellos?.
Investigaciones recientes tratan de explicar estos comportamientos. De acuerdo con el informe “El cerebro del adolescente: comportamiento, solución de problemas y toma de decisiones”, publicado por la Academia Americana de Psiquiatría Infantil y Adolescente (AACAP por sus siglas en inglés), los neurólogos han identificado una región específica del cerebro llamada amígdala, – ubicada en el centro del cerebro y que se desarrolla temprano – como la encargada de procesar las emociones y las reacciones instintivas. Otra zona que se desarrolla más tarde, llamada corteza prefrontal – ubicada detrás de la frente- controla los procesos lógicos y nos ayuda a razonar antes de actuar.
De acuerdo con el informe, durante la adolescencia se aceleran las conexiones entre las células del cerebro y lo que los científicos denominan “el podar”, que consiste en el refinamiento de las vías cerebrales mediante la mielina, una sustancia que las ayuda a intercomunicarse. Estos cambios son esenciales para el desarrollo coordinado del pensamiento y la acción. Sin embargo, la maduración se completa hasta bien entrada la segunda década de la vida y se afirma que el comportamiento del adolescente es guiado más por la amígdala que por la corteza frontal, zona donde se procesa el juicio.
Un adolescente es diferente a un adulto no solo por la manera en que reacciona frente a una amenaza, a un estímulo fuerte o ante una discusión acalorada. También es diferente la forma en que procede para decidir. Esto no significa que los jóvenes estén impedidos de tomar decisiones atinadas, diferenciar entre lo correcto y lo incorrecto, o responder por sus acciones. Quiere decir que su madurez intelectual aún está por completarse y por eso tienen mayores dificultades para acertar. Superar esta dificultad es posible si padres y maestros les enseñan a prever posibles efectos y anticipar consecuencias de sus actos, emociones o elecciones. Si los alientan a que piensen y descubran que el mejor camino es llevar a cabo lo que más les conviene (en relación con las cinco dimensiones: física, social, emocional, racional, trascendente) y no solo lo que más les guste.
Un adolescente se enfrenta hoy a situaciones muy diferentes a las que vivieron sus padres. La tecnología, la fascinación por los medios de comunicación, la mayor disponibilidad y consumo de alcohol, las fuertes presiones sexuales, el mercadeo que invita a consumir sin medida. La influencia es más potente.
Al adolescente le conviene saber que las decisiones son como las fichas del domino: caída la primera, las demás fichas seguirán cayendo. Cada decisión trae una consecuencia. Como advierte Sean Covey, “las decisiones que tomas ahora pueden construir o destruir su futuro”. Si la decisión es correcta, su efecto se multiplica positivamente. Si es incorrecta el efecto será negativo y corregirlo será más difícil.
La toma de decisiones es una habilidad que se aprende. Con una buena técnica, es más fácil y más rápido dominarla. Es cuestión de aprenderla. Los adolescentes son bien listos y quieren acertar para ser felices. En nuestro trabajo con jóvenes les ayudamos a mejorar esta capacidad a través del Modelo PRIDE. Presentando una secuencia de etapas se les ayuda a aplicar la lógica a una decisión, de manera práctica y simple.
Cada letra de la palabra PRIDE representa una etapa del proceso.
1. (P) Descubrir el problema. Suele ser lo más difícil, porque a veces se piensa que el problema es de otros y no propio, o se esquiva. Dilemas típicos de un adolescente que exigen la solución a un problema son: estudiar o navegar por internet; resistir la presión de los amigos, o ceder; excederse con la bebida o moderarla; tener sexo casual o abstenerse; hacer click en una ventana con pornografía, o pasarla por alto, etc.
2. (R) Reconocer posibles soluciones: Por ejemplo, ante el dilema de excederse con la bebida o moderarla, se les pide que agudicen la imaginación. El objetivo es que se esfuercen en reconocer alternativas. Mientras más, mejor. Para Ricardo -el protagonista de la historia inicial- ¿cuáles serían las posibles soluciones ya ubicado en la casa con sus amigos?. Beber solo una copa, no beber nada, tomar dos copas, tomar dos copas y después soda, mezclar el alcohol con jugo, comer algo con grasa antes de beber, etc.
3. (I) Identificar posibles consecuencias: Ante cada posible solución enumerada en la etapa 2, preguntarse por los posibles efectos. Por ejemplo, ¿qué puede pasar (tanto de positivo como de negativo) si Ricardo toma una sola copa, o no bebe nada, si toma dos copas, si mezcla alcohol con jugo, si se excede con 10 copas?.
4. (D) Decidir lo mejor. No siempre lo mejor coincide con lo más agradable (basarse en lo emocional, inclinaría a buscar la gratificación inmediata: opera preponderantemente la zona cerebral de la amígdala). Si intenta más bien elegir lo que más convenga (basarse en la lógica, conduciría probablemente a moderarse o incluso a no haber aceptado la invitación: poner en acción la zona frontal del cerebro). En el caso de la bebida, lo mejor es moderar el consumo: una o dos copas o ninguna…
5. (E) Evaluar el resultado. Se trata de evaluar el resultado ético, moral o práctico obtenido. ¿Actué bien o mal?. ¿Conseguí lo que quería?. En el caso de la bebida, si Ricardo se excede, se emborracha, pierde el equilibrio físico, la capacidad de razonar, empezaría a decir y hacer tonterías, exponiendo la vida y la de otros… En cambio si decide moderar el consumo, no tendrá que arrepentirse ante las consecuencias negativas que se derivan de una borrachera.
Aunque el adolescente decide de manera diferente al adulto, no significa que sea incapaz de tomar buenas decisiones. Nos corresponde orientarlos y darles los instrumentos necesarios para tomar el control de su vida y llegar a ser adultos felices.
Artículo publicado en la Revista Vanguardia Educativa, Año I, Número 2, Octubre de 2010