Por Catherine Pearlman*
En el lugar donde crecí la mayoría de los niños eran dueños de juguetes de última moda y ropa de marca costosa.
Ciertamente yo siempre tuve lo suficiente, pero sentía como si mis compañeros poseyeran más.
Quería suéteres de Benetton y una bicicleta “cool”. Quería tomar viajes a México durante las vacaciones de Navidad y regresar con un buen bronceado. Quería impresionar a la gente con un carro lujoso, y no un Datsun rojo 510 estacionado en nuestro garaje.
En cuanto fui creciendo, perdí interés en las cosas materiales – lo que quería era libertad. En los fines de semana, los padres de mis amigos los dejaban solos en sus casas mientras se iban a otra parte. Yo nunca estuve desatendida hasta que fui a la universidad. Mis amigos no tenían horarios. Yo tenía que estar en mi casa para la media noche. Además mi madre me vigilaba como un águila.
Cuando era adolescente, me sentí humillada, fuera de moda y con rabia. ¿Por qué mi madre no acababa de ser como los otros padres? En mi mundo, uno era popular si tenía el corte correcto de pelo y si podía estar fuera de casa hasta tarde. Mi madre, sin embargo, se negó a ceder. Ella siempre fue firme y yo la resentí a lo largo de mi adolescencia.
Adelantémonos 25 años. Ahora soy la madre y tengo la oportunidad de decidir las reglas. ¿Le compro botas Ugg a mi hija en preescolar?¿Debería mi hijo en quinto grado obtener el nuevo iPhone 5? ¿Permitiré a mi hija caminar a casa desde la escuela con los otros niños? ¿Tendrá la edad suficiente para recorrer el centro comercial sola? No es especialmente difícil para mi marido y yo decidir lo que creemos que son las decisiones correctas para nuestros hijos. No, el reto es tener que lidiar con el niño infeliz cuando no consigue lo que quiere, sobre todo cuando los otros niños si lo consiguen.
Como padre, esta batalla ha estado sucediendo desde hace mucho tiempo. En su clase de preescolar, varios de los pequeños amigos de mi hija llevaban botas Ugg. Cuando conseguí un par de imitación y segunda mano, mi hija las miró con disgusto diciendo, “Estas no son Uggs”. “¿Qué?” , dije yo.
Su respuesta me derribó. “Las botas Ugg de verdad tienen el nombre en la parte de atrás. Los niños en la escuela me dirán que las mías no son de verdad”.
Esto era apenas una aberración . Si fuera yo a grabar un montaje de las respuestas de mis hijos después de que escucharan la palabra “No”, sonaría algo así: “¿Pero por qué nosotros no podemos ver vídeos en YouTube? ¿Por qué no puedo tener un teléfono celular? ¿Por qué no puedo comer mi quinto postre? ¿Por qué no podemos beber soda, tener un videojuego, quedarnos hasta más tarde, unirnos al club?…”
Inevitablemente, la respuesta a mi retórica es : “Todos los otros niños lo tienen permitido”.
Cuando mis hijos eran pequeños , era una reacción manejable. Pero ahora, a medida que van creciendo, la presión de encajar crece exponencialmente y también lo hace la presión de ser padres. A veces sólo quiero tomar el camino fácil . Quiero dar el brazo a torcer. Ser padres es agotador y por qué luchar las cosas pequeñas? Pero luego pienso que al no ser capaz de mantener firmeza con el tema de la soda, se hará mucho más difícil la tarea de tener una postura firme con problemas más grandes, como la seguridad en Internet y las salidas.
Aunque no podía verlo cuando era niña, ahora me doy cuenta de lo increíble que mi madre fue hace tantos años. Ella sabía lo que era mejor para mi y no le importaba si yo la odiaba por ello. Eso es crianza con fortaleza.
Las decepciones y restricciones de mi infancia en realidad me enseñaron valiosas lecciones de vida que estoy tratando de transmitira mis hijos.
El no obtener todos los artículos y juguetes de moda me enseñó a trabajar para poder comprar lo que quería. También aprendí a manejar mi dinero con presupuestos. A menudo, una vez que mi mamá decía que no, me daba cuenta de que realmente no deseaba tanto lo que le estaba pidiendo. Como adulto , todavía no tengo la necesidad de artículos de moda . Prefiero mucho más ahorrar mi dinero para algo que realmente quiero o necesito.
Apendí que a pesar de que algunos niños tenían todas las cosas y libertades que yo ansiaba , les llegaba a un precio. La gente a veces toma decisiones pobres con el dinero. Compran cosas que en verdad no pueden pagar y terminan endeudándose para que poder “encajar con la multitud”.
Por último , aprendí que el tener todo lo que deseo no me hará feliz. Hay otras maneras de sentirme plena. Para mí es gratificante ayudar a un vecino, ser una buena amiga, cocinar, dibujar con tiza en el camino del garaje, y tocar el piano al lado de mi hija.
Creo que este tipo de felicidad se aprende en la infancia. La presión de los compañeros que tu hijo encuentre en la escuela para tener el artículo más novedoso, la última tecnología y la mayor libertad, se convierte en presión para los padres.
Lo que es más difícil para mí es que yo sé cómo se sentirán cuando digo que no. Duele. No van a entender. Estarán enojados y orientarán ese enojo hacia mí.
Sólo tengo que recordarme a mí misma que a veces las mejores lecciones son las más dolorosas.
*Catherine Pearlman es Trabajadora Social y Profesora Asistente del College de New Rochelle. Fundadora de The Family Coach. www.thefamilycoach.com, @thefamilycoach.
Artículo traducido por Andrea París y adaptado por María Luisa Estrada, título original en inglés: The power of Parents Who Say “No”, publicado por The Wall Street Journal.