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La historia de Johana y Andrés

Por Ana Margarita Moreno

Necesito contar esta historia.
Misa de domingo, en un pueblo muy cerca a Medellín. Una señora humilde me mira y sonríe. Se acerca y dice a mi oído: usted es la de Protege tu Corazón? Asiento. Al final podemos hablar un momento? Claro! le digo.
Espera sentada a mi lado, cuando termina la Misa. Salimos a la entrada de la pequeña Iglesia. Está lloviendo un poco.
Johana, mi hija, estudió en el colegio San Lucas, en Medellín. (Es un colegio donde se da Protege tu corazón como parte de su labor social). Me dice el apellido esperando que la recuerde. Su novio también estudió allá. Los dos guardaron todos los ejercicios, y lo que se ponen aquí en la blusa! ¿Cómo se llama? Eso! Un botón que se ganaron por responder bien una pregunta. Estudiaron enfermería juntos. Muy juiciosos, con un noviazgo hermoso. Sanos, con valores. Se le encharcan los ojos y yo desvío la mirada. ¡Profesionales! Imagínese…
Que orgullo para ustedes como papás! La felicito. ¿Cuántos hijos son? Dos: ella y un niño menor. También recibió Protege tu Corazón en el colegio y le llegó al alma. Hace una pausa como tomando aliento para hablar y me mira a los ojos. A mi Johana la mató una señora borracha en un carro. Hace un mes. Me quedo paralizada, con la boca abierta. No puedo creer que esta conversación pudiera dar un giro de esta manera. No sé qué decir. Pero ella sí: iba para el trabajo con el novio, en la moto. Los dos murieron casi instantáneamente. Me quedo en silencio. Ese silencio que lleva un mensaje de respeto por el dolor inmenso.
Ella sonríe, con esa expresión de fortaleza y confianza de los que tienen la mirada, -la vida!- puesta en Dios. No se imagina el entierro. No cabía la gente en la Iglesia, todo el pueblo estaba presente. Llevaban 12 años y medio de novios. Toda la vida. Tenían planeado casarse cuando trabajaran un tiempito más y ahorraran. No fue un entierro. Fue una boda. Yo sé que están juntos en el cielo, felices. Nos hacen mucha falta pero nos están cuidando desde allá. Vivieron un noviazgo muy bonito. Tantos años… y para ellos, la pureza era muy importante.
Nos abrazamos mientras me dice: tan linda! Gracias por quedarse y escucharme. La quiero mucho. ¡Los quiero mucho! ¡Gracias por haberle enseñado a mi hija tantas cosas buenas! Llora suavemente, serena, digna. Pero de alegría, pienso yo. De alegría mezclada con la tristeza de la pérdida, claro.
Sigue lloviendo. Le voy a traer un paraguas de mi casa que es aquí al frente, para que no se moje yendo hasta el carro. Yo le digo que no hay problema. Insiste y sale corriendo. Llega al momento y veo un portarretratos debajo de su brazo. Con todo el orgullo que merecen, me muestra a Johana y a Andres, vestidos de blanco, con su uniforme de enfermeros. Sí, parecen unos novios listos para casarse. Ella, muy linda, con el pelo negro y la piel bronceada, tal vez por el sol de la niñez campesina. Él, rubio, con los ojos claros y la mirada limpia como la de ella. Abrazados, con toda una vida por delante. Me quedo un ratico mirándolos.
Qué hay detrás de esta pareja? Una vida de esfuerzo por salir adelante, con una niñez y una adolescencia muy cerca todavía, como un terreno recibiendo las semillas: Valores, educación, ejemplo, amistades, padres y hermanos, colegio, entorno y experiencias. Con una mente y un corazón procesándolo todo, sopesando, tomando, desechando y retomando. Intentando una y mil veces pulir y corregir. Cayendo y levantándose en las decisiones y en las actitudes. Reflexionando lo recibido y preparándose para dar.
Muchos tienen la oportunidad de contar con una tierra fértil para la buena semilla y con hortelanos llenos de buena voluntad, de amor y juiciosos en su labor. Otros están abandonados a su propia soledad en los momentos más difíciles de su crecimiento personal, sus hortelanos no tienen conciencia de su responsabilidad, no hay amor, o hay falta de calidad en el cuidadoso trabajo. No abonan la tierra, no arrancan la maleza. (Los hortelanos vienen de afuera, pero también cada uno lo es de sí mismo).
Sí, eso sucede. Todos los días. A nuestro lado. Qué responsabilidad tan grande tenemos los adultos. Y también, qué responsabilidad la de cada adolescente como ser humano que se va formando y decide libremente tomar y asumir lo que le hace bien y lograr apartar lo que le hace daño.
Observo a Johana y a Andres que me miran orgullosos de su uniforme de enfermeros que representa para ellos tantas cosas, orgullosos de su abrazo de novios que también representa tanto. Y yo también me siento orgullosa porque pasaron por nuestras manos de hortelanos, por las manos de Protege tu Corazón.
La lluvia es más fuerte y me hace recordar que tengo prisa. Le pido permiso para tomarle una foto a su portarretratos y le digo: necesito escribir la historia que me acaba de contar. Es tan hermosa que me gustaría que todas las personas que conocen Protege tu Corazón, la leyeran. Le parece bien? Me abraza otra vez, con la espontaneidad de la gente sencilla, que es un tesoro.
Nos despedimos con los ojos húmedos. Doña Gloria y yo, posiblemente nos encontraremos en Misa muchas veces. Ella al verme recordará este momento y yo recordaré el regalo que nos ha dado a todos al contarme su historia.

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