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PATERNIDAD Y MATERNIDAD: ¿HAY ALGUNA DIFERENCIA? 2a parte

10549569_m¿SE PUEDE HABLAR ENTONCES DE PAPEL MATERNO Y PAPEL PATERNO?
La grande e incuestionable diferencia entre un padre y una madre es que la madre puede acoger en su vientre sus hijos y puede amamantarles mientras que el hombre no. Sin dudas esos aspectos ponen a la mujer en una relación más “aventajada” respecto a la cercanía con el hijo. Pero tales diferencias no excluyen la posibilidad de que el padre establezca una conexión muy íntima y cercana con el hijo a su propia manera. Del mismo modo la madre no puede plantear la educación de sus hijos sin tener la capacidad de manejar la autoridad.
La realidad es mucho más compleja que la separación rígida en papeles. Padres y madres están llamados a equilibrar en cada momento los dos polos –afectivo y normativo- no tanto en relación a su propio ser mujer o varón, sino a su propia capacidad de integrarse y complementarse juntos y de manera recíproca. Quizás el punto neurálgico está en que no hay que tener miedo a organizar la propia familia de manera original, creativa y flexible en el respecto de las peculiaridades y necesidades de cada uno. No existe una manera o un esquema organizativo que funcione para todas las familias. Incluso en una misma familia pueden cambiar circunstancias y situaciones de tal manera que los papeles pueden invertirse o mezclarse, sin que la familia deje de funcionar correctamente.
Sin embargo, la reflexión sobre cuales son las tendencias naturales de varones y mujeres es fundamental en cuanto permite indagar en qué ámbitos juegan un papel importante las predisposiciones naturales y cómo se puede aprender, cambiar, o crear un nuevo estilo según el personal y específico modo de ser y el contexto social. En esta perspectiva entonces tales diferencias no sirven para marcar unos límites “soy así o tengo que hacer eso porque soy mujer o varón” sino para aprender a vivir las diferencias como fuente de inspiración, con el fin de asimilar algo distinto y poderle dar el toque personal.
Lo que realmente hace la diferencia en realidad es el Amor. Sólo la auténtica y profunda apreciación del propio cónyuge en su totalidad, puede ser fuente de inspiración y superación personal. Todo ello no con un espíritu de competencia o recriminación quiero hacer como lo haces tú (como por ejemplo el fenómeno de los “papás maternizados”) o a quién le toca cuidar de los hijos y de la casa y a quién tener un trabajo fuera de casa sino me gusta tu ser diferente y quiero aprender de ti mi manera de hacerlo.

CÓMO VIVIR LA COMPLEMENTARIEDAD EN LAS DIFERENCIAS
Cuando me casé con mi marido sabía perfectamente que había algo que él no iba a hacer: cocinar. Nadie se lo había enseñado en su familia y él se sentía muy incomodo. Al principio no me costó ser la cocinera de la familia pero luego pasó algo. A él le descubrieron una forma grave de intolerancia al gluten que suponía un cambio radical en la dieta y un especialísimo cuidado en la preparación de la comida. Ese descubrimiento coincidió con el nacimiento de nuestra primera hija. La nueva e intensa aventura de ser madre junto a las normales y totalizadoras peticiones de nuestras hijita, hicieron la preparación de la comida un momento de estrés e incomprensión que empezó a poner a prueba la armonía de nuestra relación. Yo estaba enfadada con él porque si hubiese sabido o por lo menos querido cocinar se hubiese sentido menos estresado en relación a lo que estaba comiendo y a cómo había sido preparado y yo hubiese tenido un momento de tranquilidad. Pasaron algunos años y dos hijos más. Yo acepté su problema de salud y él aceptó que yo era mejor mujer y madre que cocinera. Hasta que él empezó a buscar recetas en internet y a prepararlas mientras que yo me tomaba mi “noche libre” en el gimnasio. Le gustó cocinar y cada semana me preguntaba qué nueva receta quería. Todo le salía muy bien. No es que ahora él se tome la completa responsabilidad de todas las comidas, pero su cambio por amor me hizo amarle aún más además de aliviarme el peso de sentir cada día la responsabilidad total de la organización y preparación de las comidas. Muchas veces cocinamos juntos y ¡disfrutamos muchísimo!
Complementariedad no significa intercambiabilidad, porque nadie en la familia puede ser “remplazado” por el sólo hecho de ser único. A pesar de ello hay que tener la mente abierta, ser flexible y estar dispuesto a aprender por amor. Ese aprendizaje enriquece tanto a nosotros como a nuestra pareja y por ende a la familia entera. Todos tenemos algunas cosas que nos “salen mejor” y otras que no. Hay que atreverse a salir de la propia zona confortable y segura para examinar si hay cosas que rechazamos hacer. En eso nuestra pareja puede ser ayuda e inspiración.

Aquí van algunos ejemplos –pocos entre miles- de cosas que tenemos que tomar en consideración para mejorarnos.

SABER: Conocer la propia pareja y los hijos. No pensar nunca que el conocimiento se acaba sino buscar ocasiones –formales e informales- para la formación y el crecimiento. Eso significa aprovechar de la propia experiencia, de las sugerencias de los buenos amigos y de los profesionales en la educación.

SABER HACER: Las competencias de cada pareja cambian según la fase de crecimiento de los hijos y de la familia. Por lo general tanto mujeres como varones deberían saber gestionar el funcionamiento de la familia en todos sus aspectos. Algunos ejemplos de vida diaria: hacer las tareas con los hijos, poner la lavadora, preparar la comida, planchar, vestir a los hijos pequeños de manera adecuada, hacer la compra semanal, bañar a los niños pequeños y peinarles, tener independencia para moverse en la ciudad (no tener miedo a conducir solos, tomar un autobús o un avión) pagar las cuentas, arreglar lo que no funciona o saber a quien pedir, organizar las vacaciones.

SABER SER: En cuanto al saber ser los puntos neurálgicos de la educación son dos. El primero es la continua tensión y el equilibrio entre la norma y el afecto. La tarea que tienen ambos padres durante toda la vida de la familia es encontrar la manera de modular la normatividad y el afecto según las circunstancias, la edad y la madurez de cada hijo. El segundo punto es el equilibrio entre la dependencia y la independencia, el querer que nuestros hijos estén cerca de nosotros –que sean como nosotros- y el dejarles ir, tanto física como psicológicamente. La correcta modulación entre la norma y el afecto, la dependencia y la independencia son logros en continuo cambio y tienen que ejercitarse sobre si mismos y en relación con las características de la propia pareja.

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