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Pijama parties: Alertas y precauciones

Héctor Ghiretti*

Licenciado en Historia y Doctor en Filosofía. Es investigador de Ciencia Política del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y enseña Filosofía Social y Política en la Universidad Nacional de Cuyo (Argentina).

Two young children enjoying their colorful bed

Nocturnidad

Es bien sabido que el ser humano es un animal diurno. Esto quiere decir que desarrolla su actividad vital principalmente durante las horas de luz solar, y aprovecha la noche para descansar. Como dice el tango:

 

Silencio en la noche,

ya todo está en calma,

el músculo duerme,

la ambición descansa.

Pero este esquema biológico se ve alterado en cierta medida por los hábitos sociales. Las horas del anochecer son empleadas desde tiempos inmemoriales para que el hombre se alimente, se relaje antes de ir a dormir, aprovecha para desarrollar vínculos de amistad, familiaridad o intimidad. Retrasamos el momento de irnos a dormir para distendernos, para compartir un rato con nuestros amigos, familia o pareja.

En la medida en que el hombre se proveyó de luz artificial pudo “alargar el día” y también el tiempo dedicado a la sociabilidad afectiva y distendida. También dedicó ese tiempo ganado a las celebraciones y las fiestas: formas de esparcimiento en los que la tensión vital del día remite y da lugar a otras actividades.

Estos hábitos son imperceptiblemente inculcados a los niños. Si en un principio las fiestas infantiles se desarrollan en horas diurnas, por los inaplazables hábitos de sueño que tiene todo niño, esto se va modificando en la medida que crecen y se acercan a la adolescencia.

Para estos chicos, esa nocturnidad que los atrae es sinónimo de madurez y también de autonomía. Es también sinónimo de relajamiento de disciplina, de suspensión de exigencia en las costumbres, que bien entendidas poseen hasta propósitos formativos. Así como hay que aprender a trabajar, también es necesario aprender a descansar, a divertirse y a participar de la vida social.

Pijama party

Es en este contexto en el que aparecen las llamadas pijama parties o pijamadas. Una costumbre que surge en el mundo anglosajón y que llega a nuestros niños por influencia de sus poderosos aparatos de difusión cultural y de comunicación.

Una pijama party es la “extensión ilimitada” de una fiesta o reunión de niñas o niños: la idea es permanecer juntos y divertirse hasta la hora que quieran, sin límite de horario, sin la obligación de irse a la cama a una hora determinada.

En sí misma esta ausencia de límites objetivos ya es un inicio poco recomendable para organizar una fiesta infantil o de adolescentes. Esas reuniones, como todo lo humano, son limitadas en el tiempo, pero generan en los niños la ilusión psicológica de que pueden hacer lo que quieran por el tiempo que quieran.

Adicionalmente, hay tres aspectos que –en diversa proporción- potencian esta distensión de la disciplina y el relajamiento de las costumbres de los niños:

  • Uno es el pijama, que pone a los niños en un estado de informalidad en el vestir que es propio de la intimidad;
  • Otro es el desorden tanto en el espacio y el mobiliario de la casa como en los ritmos familiares que causa el alojamiento de un grupo numeroso de niños;
  • Finalmente, la casi invariable ausencia de supervisión de adultos durante lo que dura la reunión.

Efectos, riesgos y consecuencias

La prolongación de la velada hasta horas de la madrugada, en personas que no están acostumbradas a trasnochar como es el caso de los niños, deriva en un estado en el que se combinan los siguientes factores:

  • Cansancio, cuyo desenlace natural en otras condiciones sería ir a dormir, pero que se evita por la presión social del grupo;
  • Irritación y mal humor, que usualmente los pone agresivos, motivando riñas y peleas entre ellos;
  • Aburrimiento, que los lleva a forzar actividades y formas de entretenimiento inusuales, inconvenientes o claramente prohibidas por los adultos;
  • Sobreexcitación nerviosa, que les produce insomnio, retroalimentándose con los otros factores y alterando el ritmo vital y familiar al día siguiente.

La velada, que parece tan prometedora y excitante en las primeras horas, ni es tan placentera ni tan entretenida: todo lo contrario. El efecto psicológico es muy parecido al de la resaca.

La ya mencionada falta de supervisión de adultos les permite acceder a la televisión fuera del horario de protección al menor, o peor aún, usar dispositivos electrónicos que les permiten acceder a páginas web con contenidos pornográficos, violentos o en general inconvenientes.

En algunos casos los participantes –usualmente niñas- aprovechan para tomarse fotos individuales o grupales con poca o ninguna ropa en poses provocativas, que luego son compartidas en las redes sociales: estas imágenes pueden dar lugar desde el bullying o ciberbulliyng, hasta casos de ciberacoso sexual o sextorsión. También puede aparecer el consumo de alcohol.

Precauciones

Naturalmente, esto no quiere decir que las pijama parties son actividades necesariamente malas o inconvenientes. El problema, más bien, es que las condiciones en las que frecuentemente tienen lugar permanecen desapercibidas por los padres. Estos riesgos pueden evitarse adoptando unas precauciones muy sencillas.

El presupuesto fundamental para organizar este tipo de reuniones es la supervisión activa de los padres durante el tiempo que dure. En esto no hay diferencia con otro tipo de actividades infantiles: los padres que acojan una pijamada tienen que saber que no podrán irse a dormir hasta que el último de los niños lo haya hecho.

  • Las pijama parties son reuniones atractivas particularmente para niñas de edades entre los 10 y los 15 años, aproximadamente. Los hábitos de sueño de niños menores usualmente les impiden trasnochar y por tanto no es conveniente forzar desveladas más allá de su capacidad de permanecer despiertos. Es preciso saber si es razonable -teniendo en cuenta su edad- organizar una reunión de este tipo. Por lo general los más pequeños ni las demandan ni las disfrutan (en el mejor de los casos no participan de pijamadas propiamente dichas, sino que se quedan a dormir en casa de amigos o primos).
  • Es necesario limitar la cantidad de niños invitados: a más niños, probablemente mayor diversión y mayores posibilidades de los riesgos antes señalados. En consecuencia, es más necesaria la supervisión. Grupos más pequeños son más fáciles de conducir y es posible que terminen en la cama relativamente temprano.
  • Es preciso hacer una previsión lo más detallada y variada posible de las actividades que se les puede proponer durante la velada. Esto es más necesario en la medida en que asisten menos niños. Se trata de reuniones de larga duración, y si no se van a dormir antes, se aburrirán y probablemente terminen haciendo cosas inconvenientes. Adicionalmente debe tenerse en cuenta que los cambios de hábitos de los niños en la actualidad no toleran bien una secuencia de juegos grupales tradicionales y dependen mucho de los medios tecnológicos para entretenerse, razón por la cual es necesario aguzar el ingenio.

Debe quedar claro que una pijamada no es una actividad segura que demanda nula o menor supervisión de los padres (se supone erróneamente que los límites del hogar familiar previenen automáticamente de todo riesgo) sino todo lo contrario. Estas precauciones quizá desalienten a los niños de organizar (o tomar parte de) este tipo de actividad, pero es claro que la condición de la misma no puede ser el vale todo o la liberación de límites o reglas.

Crecimiento y madurez

La ausencia de adultos, sumada a la nocturnidad y el comportamiento en grupo termina siendo un mix de factores que por sí solos ni son recreativos, ni mucho menos formativos. Lo que parece ser un inocente y divertido plan de chicos tiene varios aspectos que no por inadvertidos o ignorados son menos preocupantes, aunque tampoco son invalidantes.

Con frecuencia lo que los padres hacen, de forma involuntaria, es introducirlos prematuramente a formas de relación social y entretenimiento que son propios de edades más avanzadas.

El verdadero crecimiento, la madurez de los niños no se consigue haciéndolos “quemar etapas” o apurando su ingreso a costumbres adultas. La iniciación en estas costumbres debe ser paralela a su madurez psicológica, lo que les permite combinar y equilibrar esas nuevas licencias propias de la vida adulta con un sentido proporcionado de responsabilidad.

*Quisiera expresar mi agradecimiento a Maria Grazia Gualandi, Maria Luisa Estrada, Fabia López Schvizer, Jorge Chaves y Rafael Hurtado, quienes me ayudaron con sus observaciones y comentarios a mejorar sustancialmente el texto original.

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